Seleccione idioma

Spanish

Down Icon

Seleccione país

Mexico

Down Icon

El mayor viaje en moto de la historia: a 30 años de la hazaña de un argentino

El mayor viaje en moto de la historia: a 30 años de la hazaña de un argentino

Hace 30 años, el 2 de abril de 1995, Emilio Scotto llegaba al Obelisco de Buenos Aires en su Honda Gold Wing 1100 Interstate.

El hecho no tendría nada de especial si no fuera porque así terminaba el que hasta el día de hoy es el viaje en moto más largo de la historia, un récord certificado por Guinness: en 10 años, dos meses y 19 días, Emilio había sumado 735.000 kilómetros en dos vueltas al mundo -equivalente a un viaje ida y vuelta a la Luna- a través de 279 países (considerando tanto los miembros de la ONU como los que no lo son), islas, atolones y territorios de ultramar.

Este viaje es la historia de cómo el sueño de un niño se puede hacer realidad. De chiquito, Emilio solía decir que iba a viajar a la Luna. Entonces su madre le regaló un Atlas que, luego de la Luna, hablaba de la Tierra. “Al leerlo, cambié el viaje a la Luna por la vuelta al mundo”, cuenta. El sueño siguió allí, latente. Hasta que despertó.

Por una ruta Argentina, donde el gran sueño de Emilio comenzó y finalizó. Foto Emilio Scotto.Por una ruta Argentina, donde el gran sueño de Emilio comenzó y finalizó. Foto Emilio Scotto.

“Tenía una vida ‘normal’, era visitador médico de un laboratorio, alquilaba un departamento en Belgrano y nunca había tenido más de dos semanas de vacaciones; el sueño estaba, pero algo difuso. Dar la vuelta al mundo cómo, cuándo, en qué... esas preguntas no tenían respuesta”, cuenta Emilio desde su casa en Olivos, donde vive parte del año con su esposa, Mónica Pino.

Una respuesta esencial llegó en 1980, cuando un compañero de trabajo le dijo que se había comprado una moto. “Le dije ‘para qué una moto, mejor comprate un auto’”, recuerda hoy.

Pero lo acompañó a retirarla. “A los 25 años entré por primera vez a un concesionario de motos, y ahí se respondió la pregunta de ‘en qué’. La vuelta al mundo podía ser en cualquier cosa, pero cuando vi la foto -no estaba la moto, sino su foto- de la Honda Gold Wing 1100 Interstate, con una frase que decía ‘el mundo suyo en dos ruedas’, me di cuenta de que era en eso. Nunca me había subido a una moto, pero la vida nos da señales, como si sonara una campanita. La escuché, y le hice caso”.

Recorriendo el gran Desierto Rojo del centro de Australia. Foto Emilio ScottoRecorriendo el gran Desierto Rojo del centro de Australia. Foto Emilio Scotto

El 14 de enero de 1985 se vistió con su ropa de trabajo (camisa, pantalón, blazer) porque no tenía ropa de moto, y salió por última vez de su departamento. “Me vi reflejado en el vidrio del edificio. Toqué el reflejo de mi propios dedos y en ese momento, de gran tristeza y alegría, me despedí; dije ‘chau para siempre, Emilio Scotto’”, recuerda.

Así comenzó el viaje que de “vuelta al mundo” se había transformado en “visitar todos los lugares del planeta en los que viviera al menos un ser humano”.

Partió solo, con apenas 300 dólares, una cámara de fotos prestada y dos rollos. “Era otro mundo, no había celulares, GPS ni cajeros automáticos, no tenía tarjeta de crédito, y no había información sobre otros países. Buscaba mapas y no había ni de la provincia de La Pampa; partí sin ningún conocimiento del mundo, recursos ni patrocinios”.

Un descanso en el camino en Islandia, con vistas a su capital, Reykjavik. Foto Emilio ScottoUn descanso en el camino en Islandia, con vistas a su capital, Reykjavik. Foto Emilio Scotto

Cambio de piel

En vez de seguir la ruta “lógica” para recorrer América hacia el norte, por el Pacífico, Emilio tomó la más difícil: la costa de Uruguay y Brasil, y luego la selva amazónica hasta Venezuela.

Hasta Río de Janeiro iba con mucho equipaje. En el tomo uno de su serie de libros “De la tierra a la Luna” (son tres, imperdibles, y está llegando el cuarto, www.emilioscotto. com), relata que dejó la Princesa Negra por unos minutos al cuidado de unos argentinos, y cuando volvió le habían robado todo, menos la moto.

Con habitantes de Papúa Nueva Guinea. Foto Emilio Scotto Con habitantes de Papúa Nueva Guinea. Foto Emilio Scotto

Escribe: “Visto un short blanco y una musculosa azul sin mangas, zapatillas blancas y medias de tenis. Y aparte del calzoncillo que tengo puesto, y la Victorinox en la guantera, que no abrieron, no me queda nada más en este mundo. ¡Y la moto, claro!

Lejos de deprimirse, dice que eso fue lo mejor que le pasó; aprendió el valor de andar liviano, sin tanto equipaje.

“A la tercera semana, con todas las culpas encima -dejar a mi madre, el trabajo, no cumplir con la sociedad, retirarme con 300 dólares-, llegué a Salvador de Bahía para el Carnaval, cuando los brasileños se despojan de tabúes, culpas y males. Cambian la piel, como una vívora, y a mí me pasó eso; me despojé de todo y seguí camino como un hombre, ya no como un niño”, evoca.

Un grupo de punks se interesan por su moto en Londres. Foto Emilio ScottoUn grupo de punks se interesan por su moto en Londres. Foto Emilio Scotto

Y dice que no fue a enseñar nada sino a aprender, a escuchar. “Dejé de ser argentino y dejé de ser Emilio Scotto, era como un pedazo de carne con una curiosidad imposible de contener; con un atrevimiento incluso desconocido para mí”.

“Empiezan los peligros y problemas empezás a descubrir como enfrentarlos. En el Amazonas me dijeron que donde estaban los garimpeiros -buscadores de oro- era imposible pasar, tenía que volver. Y empecé a descubrir el mundo de los ‘no’, esto no se puede, aquello tampoco. Pero también, que detrás de mil no, muy escondido, hay un sí. Descubrís cómo sobrevivir, cómo llevar adelante tu sueño, y que naciste para eso”.

Y descubrió también que su viaje no era tanto un viaje, sino la aventura de vivir una vida desconocida. “Cada minuto de cada día tenés que generar cosas, empaparte, dejar que entre lo malo y lo bueno. Ese fue quizás el secreto más grande del viaje, haberme transformado en un imán de cosas”.

Miembros de la tribu Masai, en Kenia, se prueban su casco. Foto Emilio Scotto.Miembros de la tribu Masai, en Kenia, se prueban su casco. Foto Emilio Scotto.

Le dijeron que con los garimpeiros no se metiera, porque eran muy peligrosos. Pero Emilio se subió con ellos a un barco porque navegó el Amazonas durante seis días. Le habían advertido que no jugara a las cartas allí pero lo hizo; empezó a ganar partidas y dinero y salió ileso, aunque lo insultaban y amenazaban con tirarlo al río.

Al llegar a destino, los garimpeiros le confesaron que lo habían dejado ganar para ayudarlo a seguir su viaje. “La mayoría están condenados por la Justicia; están en la selva pero presos, no pueden salir. Y me dijeron que si lograba dar la vuelta al mundo, de algún modo ellos también lo harían”, explica.

Emilio Scotto hoy, con el planisferio que muestra sus dos vueltas al mundo, una en sentido horario y otra en sentido contrario. Foto Mónica Pino.Emilio Scotto hoy, con el planisferio que muestra sus dos vueltas al mundo, una en sentido horario y otra en sentido contrario. Foto Mónica Pino.

Entre dos mundos

El viaje siguió hasta América del Norte; al regresar de Canadá a Nueva York lo entrevistaron en la TV, donde bautizaron a su moto Black Princess (Princesa Negra) y pidieron que la gente lo ayudara, por lo que una aerolínea de carga le ofreció llevarlo a Europa con su moto.

Bajo los cerezos en flor en Japón. Foto Emilio Scotto Bajo los cerezos en flor en Japón. Foto Emilio Scotto

En Nápoles conoció a Maradona, que le dio plata para tres noches en un hotel 5 estrellas, aunque prefirió usar ese dinero para estar un mes en una pensión.

El Papa Juan Pablo II bendijo su viaje, que se volvió imparable: África, Medio Oriente, Oceanía, de vuelta a Estados Unidos y de allí Japón, China, las islas y atolones del sur del Pacífico... el mundo entero.

En África estuvo muy mal por la malaria y fue preso cinco veces; una de ellas -en Liberia-, acusado de querer matar al presidente, Samuel Kanyon Doe. Y en Zimbabue, acusado de llevar un pasaporte falso, porque en Migraciones pensaban que todos estaban escritos en inglés, y el suyo estaba en español.

En África fue detenido cinco veces y atravesó varios países en guerra. Foto Emilio Scotto En África fue detenido cinco veces y atravesó varios países en guerra. Foto Emilio Scotto

Entre los miles de momentos, situaciones y vivencias del viaje, Emilio destaca algunos que le quedaron grabados a fuego, “tal vez porque me cambiaron la vida más que otros”. Uno es el de los garimpeiros en el Amazonas; otro, un barco en Somalia que escapaba de los piratas cuando lo agarró un huracán -“pensé que moría, me despedí de todo”-; también el cruce del Sahara, solo, durante 18 días empujando la moto por la arena.

“Y en la India, cuando al fin me di cuenta de que buscaba adelante lo que había dejado atrás. Buscaba la geisha cuando la mujer de mi vida estaba en Argentina”. Era Mónica, la novia que había dejado al partir. Ella viajó y se casaron en el Taj Mahal, en 1990.

Emilio fue el primer extranjero en ingresar a la Mongolia pos comunismo, luego de dormir dos semanas en la frontera preguntando cada día si podía pasar. El propio Muamar Kadafi lo dejó entrar a Libia desde Túnez y le dio dinero para combustible; China le permitió la entrada sin restricciones ni censura; entró a Guinea Conakry por una frontera que había estado cerrada 35 años, y también pudo entrar a Catar, Bahrein, Dubái y Emiratos Árabes Unidos, en tiempos en que nadie visitaba esos países.

Emilio y Mónica se casaron en el Taj Mahal en 1990. Foto Emilio Scotto Emilio y Mónica se casaron en el Taj Mahal en 1990. Foto Emilio Scotto

A Kuwait ingresó con la condición de hacerse musulmán. Lo hizo, y adoptó el nombre de Khalid Sagal Yunali, que significa “el hombre que viaja en la primera luz del día y la última luz de la noche en el paraíso”. Aunque avisó que no dejaría de ser católico y que también sería budista en China, hinduista en Bali y judío en Israel. Y cruzó el Muro de Berlín por su paso más caliente, Check Point Charlie.

“Después del viaje me preguntaba muchas cosas; cómo sobreviví a las guerras en África y Centroamérica, cómo no se hundió el barco en Somalia, o por qué se me abrieron tantas fronteras... La respuesta a esta pregunta me llegó mucho después, y es que el mundo estaba cambiando. Hasta fines del siglo XX, no era muy diferente al del siglo XIX; un mundo cerrado, ‘anti global’, con guerras y conflictos por todas partes, donde en cada frontera eras un espía”, dice.

Y agrega que hacia fines del siglo XX surgió una corriente inédita, de apertura. “Era algo que tenía que pasar, y justo estaba ahí este argentino, y un argentino no molesta, no habría sido lo mismo si fuera estadounidense, inglés o francés. Además, iba en una moto grande -no me podía ocultar-; era blanco, de pelo corto, con cara de cachorro abandonado, sabía expresarme y no atropellaba a nadie. Entonces muchos dijeron ‘probemos dejarlo entrar, a ver qué pasa’”.

Mongolia. Pudo entrar luego de dormir dos semanas en la frontera. Foto Emilio ScottoMongolia. Pudo entrar luego de dormir dos semanas en la frontera. Foto Emilio Scotto

Fui un experimento -define-, no porque fuera importante, sino porque era la época justa. Querían ver qué pasaba; era un mundo necesitado de derribar fronteras, muros”.

Y dice que ese mundo por el que viajó ya no existe: “El de la década del 80 era otro planeta; había pocas aerolíneas, pocos hoteles; muy poco turismo, y prácticamente todos los países pedían visa. Pero en el 2000 murió una humanidad y nació otra; pasamos del primitivismo a subirnos a un cohete”.

Claro que lo impactaron las Pirámides de Egipto, el Taj Mahal, la Estatua de la Libertad y paisajes que define como de una belleza “que golpea en los ojos”, sobre todo en las islas y atolones del Pacífico Sur.

En Egipto, al pie de las pirámides de Guiza. Foto Emilio ScottoEn Egipto, al pie de las pirámides de Guiza. Foto Emilio Scotto

Pero su búsqueda iba más allá de los paisajes: “En realidad, lo que me mataba era ese viejito sentado al lado de la ruta cerca de Katmandú, en Nepal, el chino al que el Gobierno había mandado de cuidador al desierto de Taklamakán -¿a cuidar qué, arena?-, el tuareg vestido de azul que venía en el camello y de sus ropas sacaba una pavita, hacía un fueguito y te convidaba un tecito... donde hubiera un ser humano quería saber qué pensaba, de qué se reía, de qué se ocupaba”.

El descanso de la Princesa Negra

Cuando regresó a la Argentina, en 1995, Mónica le había preparado una sorpresa: una caravana de motos de policía que lo acompañó los últimos 400 km, a la que se fueron sumando particulares: al llegar al Obelisco, el 2 de abril, la fila tenía más de 3.000 vehículos.

El viaje terminó el 2 de abril de 1995 en el Obelisco, con una caravana de más de 3.000 vehículos. Foto Emilio ScottoEl viaje terminó el 2 de abril de 1995 en el Obelisco, con una caravana de más de 3.000 vehículos. Foto Emilio Scotto

Luego hubo otra caravana en Córdoba y también en Madrid: “Yo tenía un compromiso con España porque fue el país que me hizo escritor, cuando la revista Motociclismo se enteró de mi viaje y me pidió que escribiera notas, y me transformé en un cronista”.

Finalmente, otra caravana en Barcelona, donde el presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, apagó la moto frente a la TV. “Yo no la quería usar más; la Princesa Negra ya era una leyenda en sí misma”.

Luego de dos años por distintos museos de Europa, en Estados Unidos le propusieron llevar la moto a ese país. El mismísimo Don Laughlin, en la ciudad que lleva su nombre, cerca de Las Vegas, le ofreció el mejor lugar en su museo de autos clásicos, en el Riverside Casino and Resort, donde exhibía el DeLorean de Volver al Futuro; la moto de Peter Fonda en Busco Mi Destino y una motito que usaron Los Tres Chiflados, entre otros vehículos. Allí la Princesa Negra está muy cuidada y visible; en una plataforma giratoria.

La Princesa Negra en el museo del Riverside Hotel and Casino, en Laughlin, Estados Unidos. Foto Emilio ScottoLa Princesa Negra en el museo del Riverside Hotel and Casino, en Laughlin, Estados Unidos. Foto Emilio Scotto

Cuando regresó del viaje, Emilio no sabía qué hacer -“solo sabía viajar en moto”-, hasta que al tiempo se instaló en Los Ángeles -donde hoy vive parte del año- y comenzó a organizar tours en moto y 4x4 por distintos rincones del mundo, lo que sigue haciendo hasta hoy junto a Mónica (emilioscotto.com/tours).

“Con esos tours regreso a la mayoría de los países que visité, y compruebo cómo aquel mundo que recorrí ya desapareció. Cuando fui por primera vez al Tíbet, por ejemplo, vivía Dios; Jesucristo andaba caminando por ahí. Hoy se parece más a Disneylandia. Países como Kenia o Tanzania eran aventuras impresionantes, hoy están llenos de safaris de lujo”.

En parte por eso -aunque mucho más por el propio viaje-, la propia organización Guinness considera que el viaje de Emilio no podrá ser igualado.

"El viaje de Emilio Scotto".

Viajero récord

En 1997, Emilio Scotto recibió el premio Guinness al “viaje en motocicleta más largo del mundo”. Fue la propia organización Guinness World Records quien lo contactó, en el último año de su viaje, diciéndole que desde hacía años venían siguiendo su recorrido a través de las crónicas que publicaba en distintas revistas. Al día de hoy mantiene ese récord, cuyo título fue cambiando por “El rey de la carretera” o el “Viaje súper épico”.

Además, desde 1994 Nueva York conmemora cada 27 como “Día de Emilio Scotto en la ciudad de Nueva York”; recibió las llaves de la ciudad de Puerto Rico, fue declarado Visitante ilustre de los Estados Federados de la Micronesia, distinguido por el Congreso argentino y fue incluido en lista de los 50 exploradores más importantes de la humanidad, junto a leyendas como Cristóbal Colón, Vasco da Gama, James Cook o Fernando de Magallanes.

Clarin

Clarin

Noticias similares

Todas las noticias
Animated ArrowAnimated ArrowAnimated Arrow