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Las cartas de amor de Johannes Vermeer en el Frick

Las cartas de amor de Johannes Vermeer en el Frick

NUEVA YORK - Con una exposición de las cartas de amor de Vermeer, la Colección Frick de Nueva York inaugura su nueva ala dedicada a exposiciones temporales, marcando un momento decisivo en la reanudación de la institución en su histórica sede, que reabrió sus puertas el 17 de abril tras años de cierre por reformas. La exposición es la primera en Nueva York dedicada a Vermeer desde la del Met en 2001: en el centro se encuentra la obra maestra de Frick, "Amante y Doncella", la última pintura adquirida por el magnate del acero Henry Clay Frick en 1919 antes de su fallecimiento, flanqueada por dos pinturas del mismo autor con el mismo tema, prestadas hasta el 31 de agosto por el Rijksmuseum de Ámsterdam y la Galería Nacional de Irlanda de Dublín. "Comienza una nueva era para la Colección Frick", declaró el director, Axel Rüger, quien hasta hace unos meses dirigía la Real Academia de Londres y con experiencia como historiador del arte neerlandés. La iniciativa es una colaboración entre la curadora interna Aimee Ng y el comisario invitado Robert Fucci, de la Universidad de Ámsterdam. “Las obras expuestas representan la mitad de las pinturas conocidas de Vermeer sobre un tema profundamente emotivo, en el que los momentos de escribir y recibir un mensaje se transforman en un teatro del alma, entre esperas, sospechas y suspiros”, afirmó Fucci. Con cinco pinturas de Vermeer ahora bajo un mismo techo (el Frick posee dos más) y otras cinco en el Metropolitan, hay ahora diez Vermeer en Nueva York en un radio de once manzanas, señaló Ng: casi un tercio de la obra restante del gran pintor del siglo XVII. El Vermeer del Frick es probablemente el más antiguo de los tres y el de mayor tamaño. El espectador entra en la pintura, mientras que en la de Ámsterdam observa la escena sin ser visto desde un pasillo en sombras, casi como un voyeur. En las tres composiciones, el papel de la criada es central, no solo como mensajera, sino también como confidente, una aliada invisible de los amantes. Como explica Fucci, la figura de la criada introduce complejas dinámicas narrativas y psicológicas: mediación, complicidad, distancia. La historia de la obra prestada desde Dublín es particularmente sugerente: al fallecer Vermeer, su viuda, Catharina Bolmes, la entregó junto con otro lienzo al panadero de Delft, un acaudalado coleccionista de arte, para saldar una gran deuda, «el equivalente al pan de tres años para una familia de once hijos», según Fucci. La mujer incluyó en el contrato una cláusula que estipulaba que podía recomprar las obras «porque eran muy queridas para ella». El detalle consta en un documento de la época, del cual se desprende hasta qué punto esas pinturas formaban parte integral de la vida privada del artista.

ansa

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