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Un lugar con microclima frente a una posada en ruinas que fue histórica

Un lugar con microclima frente a una posada en ruinas que fue histórica

Cuando hace calor, la gente tiende a buscar lugares donde haga fresquito. Eso ha sido, es y será así. Para el caso, a algunos les vale con cualquier sitio donde se pueda pegar un chapuzón, aunque sea en playas infestadas donde sea casi imposible plantar una sombrilla y extender una toalla, para después alcanzar el mar y encontrarse con una costra de crema solar cubriendo la superficie que casi tira para atrás.

El interior se desprecia a no ser que tenga ese ansiado fresquito, lo cual tiene su lógica porque nadie pensará que es una buena idea pasar una jornada en un secarral. Pero entre el secarral y la playa abarrotada hay una amplia gama de grises y Deifontes está en esos tonos intermedios.

Este pueblo de Granada, de algo menos de tres mil habitantes y a unos veinte kilómetros de la capital, tiene mucho encanto, cosas que ver y una historia que se remonta a la época de los romanos, algo que delata su propio nombre: Deifontes significa fuentes de Dios y eso enlaza con el Nacimiento, el fresquito parque del que va este artículo.

Aunque su nombre sugiere que se está ante el nacimiento de un río, en realidad se trata de un manantial que discurre junto al Cubillas, que inicia su curso unos cuantos kilómetros más arriba. Pero el manantial es digno de ver: del interior de la tierra surge el agua, transparente y tan tranquila que parece que no se mueva. Todo transmite calma.

Allí hay claramente un microclima. Por mucho calor que haya en el exterior, los árboles que rodean el manantial –sauces, olmos y álamos- son frondosos, dan buena sombra, huelen bien y rebajan la temperatura de forma ostensible. No es un parque muy frecuentado, además, así que se puede pasar allí un largo rato leyendo, paseando o pensando en que muchas de las cosas más bonitas son, encima, gratis.

El agua brota de la tierra y es transparente y casi inmóvil g. ortega

Tanto a la entrada como a la salida, junto a la valla principal, hay una ermita en honor a San Isidro y con una imagen de la Virgen de Fátima, pero el verdadero tesoro está enfrente, en el exterior. Lo que pasa es que, nada más verlo, el viajero se preguntará dónde está, porque lo que ve es un edificio en ruinas.

Merece una reforma porque es parte de la historia religiosa de España. En enero de 1582, una comitiva integrada por siete monjas y dos frailes pasó la noche en esa posada cuando se dirigía a Granada a fundar un convento. Entre esos expedicionarios estaban nada menos que San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, principal impulsora de la escisión que dio lugar a la creación de la orden de las Carmelitas Descalzas.

Los viajeros habían partido de Beas de Segura, que ahora es de la Región de Murcia, y tras pasar por los pueblos de Úbeda y Baeza, ahora ambos en Jaén, y atravesar también Iznalloz, actualmente de la provincia de Granada, llegaron a Deifontes como ante penúltima parada antes de llegar a su destino. Tras más de 28 horas de camino, quedaba una última pausa en Albolote y, después, llegarían a Granada.

Hay dos teorías que explican por qué el grupo pernoctó en aquella posada de Deifontes. Una apunta a que se desató una gran tormenta que les obligó a parar. Otra asegura que desde Granada llegó a Deifontes el aviso de que esas personas se disponían a abrir un convento de una nueva orden religiosa y algunos dirigentes eclesiásticos opuestos a ese plan los intentaron detener.

Tras esa noche en Deifontes, de la que queda como recuerdo un poema de San Juan de la Cruz y dos placas en ese ruinoso edificio que menciona que allí estuvieron, la comitiva llegó finalmente a su destino y el convento se creó en el barrio del Realejo, donde sigue desde el año 1583.

El poema se titula 'Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe', es bastante probable que esté dedicado al pueblo donde tuvo que guarecerse y dice así:

Qué bien sé yo la fonte que mane y corre´

aunque es de noche

Aquella eterna fonte está escondida

que bien sé yo do tiene su manida

aunque es de noche´

Sé que no puede ser costa tan bella,

y que cielos y tierra beben de ella

aunque es de noche

Bien sé que suelo en ella no se halla

y que ninguno puede vadealla

aunque es de noche

Su claridad nunca es oscurecida

y sé que toda luz de ella es venida

aunque es de noche

Sé ser tan caudalosos sus corrientes

que infiernos, cielos riegan y las gentes,

aunque es de noche

El corriente que nace de esta fuente

bien sé que es tan capaz y omnipotente

aunque es de noche

El corriente que de estas dos procede

sé que ninguna de ellas le precede

aunque es de noche

Aquesta eterna fonte está escondida

en este vivo pan por darnos vida

aunque es de noche

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras

aunque es de noche

Aquesta viva fuente que deseo

en este pan de vida yo la veo

aunque es de noche

La posada, siglos antes, fue villa romana. El Ayuntamiento de Deifontes la adquirió en marzo de 2025 y piensa sacarle rendimiento turístico. El alcalde, Paco Abril Tenorio, asegura que ya está en conversaciones con la Diputación Provincial para reformarla. «Van a hacerse unas catas arqueológicas que confirmen lo que parece, que hay unos mosaicos de la época romana de gran valor». Eso y la presencia de dos escritores fundamentales en la historia de España serían dos reclamos turísticos de gran proyección.

La posada donde se alojaron Santa Teresa y San Juan, dos placas que lo acreditan y el poema del segundo g. ortega

Como Deifontes está cerca de Granada, se puede llegar desde la capital en menos de media hora, visitarlo y volver. Pero también hay sitios donde albergarse en Deifontes –sin necesidad de emular a los dos santos, no hay necesidad de quedarse en esa casa destartalada- porque a unos 200 metros hay un hostal rural, llamado El Nacimiento, que ofrece esa posibilidad.

Con ella, un buen plan para pasar el día: levantarse temprano para hacer el Sendero de las Fuentes de Deifontes, diez kilómetros que se pueden recorrer andando o en bici y que pasan, entre otros puntos de interés, por la Fuente de la Maceta, la del Colmenar de los Cucos o la de las Nogueras.

Ahí se verá con más claridad por qué el pueblo lleva la palabra 'fuentes' escrita en su nombre. El punto más alto de ese recorrido es la antigua atalaya, de la que se conserva una torre a 1.150 metros de altitud que subsiste desde el siglo XIV, cuando era fortaleza nazarí. Domina un amplísimo espacio que delata su naturaleza defensiva y ha sido declarada Bien de Interés Cultural.

Dos restaurantes donde se come bien (y mucho)

Cuando apriete el calor –porque no se puede negar que en Deifontes lo hace- conviene hacer una pausa en el Parque del Nacimiento, tan prolongada como se desee, y después reponer fuerzas en alguno de los restaurantes del pueblo. Dos buenas opciones son El Nacimiento, junto al mencionado hostal, y El Puente, a la entrada del municipio. En los dos se sirve comida casera y abundante en un ambiente amigable y familiar. Es recomendable, sea cual sea la elección, pedir carne de cerdo asado.

Por la tarde interesa una siesta. Ayudará a conciliar el sueño la ingesta calórica, mejor aún si ha ido acompañada de un buen vino local. En Deifontes, justo al lado del restaurante El Puente, están las bodegas Fontedei, donde el reputado enólogo Antonio López elabora el Fontedei, muy recomendable tanto para los amantes del blanco como para los que se decantan por el tinto. Las bodegas se pueden visitar con cita previa concertada.

Cuando remita el calor, es una buena idea darse un paseo por el centro histórico, que conserva lugares de interés como la mudéjar Iglesia de San Martín, que data del siglo XVII y tiene una curiosa vinculación con la Abadía del Sacromonte. Mandó construirla el abad Alonso de Zayas, que como otros abades solía acudir a Deifontes a descansar y disfrutar de sus encantos. En ese templo, a mayor abundamiento, hay cruces de seis puntas, como las del monumento granadino.

La porticada Plaza de la Constitución y el antiguo Palacio de los Marqueses de Casablanca son sitios que merece la pena visitar. Sobre todo el segundo, un edificio del siglo XIX con un notable jardín y que ahora es la sede del ayuntamiento. En el centro, aunque sea un pueblo pequeño, no es difícil encontrar algún bar donde cenar un par de tapas e irse a la cama con la convicción de que no ha sido de ninguna manera un día perdido.

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