Metz, una ciudad pequeña con una de las más bellas catedrales góticas

La sola catedral de Saint-Étienne, una construcción gótica del siglo XIII que se terminó 300 años más tarde, vale una visita por Metz. Es famosa por ser una de las más altas de Europa y, sobre todo, por el efecto “la lanterne du Dieu” (‘la linterna de Dios’, en español), como llaman los parroquianos al espectáculo que ofrecen los rayos de sol iluminando a través de sus 6.500 metros cuadrados de vitrales.
Casi un millón de personas pasan cada año a presenciar esta maravilla. Construida con materia caliza de color cobre que le da sus reflejos dorados, fue obra del arquitecto Pierre Perrat, al que se le concedió el privilegio de ser enterrado dentro de su propia obra, que nunca vio terminada. Hermann de Munster en el siglo XIV, Theobald Lixheim y Valentín Bosch en el XVI dieron firma a la mayoría de los vitrales.
Todo tiene sabor a historia en Metz, enclavada en la confluencia de los ríos Seille y Mosela, en el este de Francia, y con más de 200.000 habitantes repartidos en 46 municipios. Sus calles, sus edificios de traza medieval, sólidos e imponentes, sus monumentos, sus museos, sus tradiciones, recuerdan que la preceden 3.000 años.
Los celtas anduvieron por allí, pero la huella más perdurable la dejó Roma. A finales del siglo III sus conquistadores construyeron acueductos, termas, templos y una muralla que servía de protección contra el vandalismo de los hunos, pero en el año 451 Atila la destruyó.
Lo único que se salvó –hecho considerado milagroso hasta hoy– fue el santuario dedicado al mártir san Esteban (saint-Étienne), sobre el que se levantó la catedral.
En 1552, Metz pasó a ser ciudad del rey de Francia. Al finalizar la guerra franco-germana de 1870, fue anexada al Imperio alemán. En cuyo transcurso se construyó la célebre estación de trenes de estilo neorromántico, varias veces votada como la más bella de Europa.
En 1975 fue nombrada monumento histórico, aunque no es el único caso: pese a los fuertes conflictos que vivió Europa en la primera mitad del siglo XX, Metz supo conservar su riqueza patrimonial.
La derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial la devolvió a Francia, pero la Segunda Guerra la sometió una vez más al dominio germánico hasta que, en 1944, Estados Unidos la liberó y devolvió a los galos.
A una hora de Luxemburgo y Alemania, a tres de Bruselas y a 85 minutos de París si uno toma el TGV (tren de alta velocidad), Metz es la capital de Lorraine, la histórica región que forma parte de lo que se llama Gran Este y que da nombre a una de las delicias gastronómicas francesas.
Gastronomía tradicionalLa quiche Lorraine, una torta de masa quebrada y relleno de crema, huevos y panceta, que data del siglo XVI y se come caliente con una ensalada verde.
Si uno va por el día, lo mejor es centrarse en la catedral y el ultramoderno Centro Pompidou-Metz, el ayer y el hoy en gran contraste. En el medio, se recomienda una parada para comer algo rico en el Marché Couvert, a metros de Saint-Étienne, que volará la cabeza a foodies y golosos. Un festival gastronómico.
Al lado, y gratis, se puede visitar el Museo de la Cour d’Or y llevarse un amplio pantallazo de la riqueza histórica, arquitectónica y artística del lugar. La colección arqueológica galorromana que encierran sus paredes del siglo XIV es una de las más importantes de Francia.
Desde allí tomar por las calles de la colina de Sainte-Croix, cuna de la ciudad, donde conviven refinadas tiendas que a gritos llaman a hacer shopping. También puede sentarse ante una porción de torta de Mirabelle –un tipo de ciruelas rojas o amarillas con sabor ácido–, emblema gastronómico de la zona. Se acompaña con una taza de té o un espresso en uno de los cafecitos de la plaza de Saint-Jacques o la Saint-Louis. En esta última, tan antigua como la catedral, se celebraban ferias, mercados y hasta misteriosos rituales medievales siglos atrás.

Saint-Étienne es una construcción gótica del siglo XIII, se terminó 300 años más tarde. Foto:iSTOCK
Y hablando de placeres terrenales, anotar como posible souvenir el aguardiente de Mirabelle y los vinos de Mosela, ideales para maridar con la afamada charcutería o los patés loreneses.
Un hito del arteEl Pompidou-Metz, sucursal de su homónimo parisino, próxima parada. Un canto al arte moderno y contemporáneo. Su audaz estructura, con ese techo que simula un sombrero chino, es una prueba de ello.
Son cinco mil metros cuadrados donde conviven tres galerías, un teatro y un auditorio fueron diseñados por los arquitectos Shigeru Ban y Jean de Gastines. Se colocó la primera piedra en 2006, lo inauguró Nicolas Sarkozy cuatro años más tarde y se lo considera el espacio de exposiciones más importante fuera de París con exhibiciones semipermanentes y temporales del Musée National d’Art Moderne. Los eruditos en arte sabrán bien lo que esto significa.
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Si por esas cosas disponen de un día más, no olvidar la iglesia Saint Pierre aux Nonnains, que es del siglo IV y está construida sobre termas romanas, y la capilla de los Templarios, que es más joven. Data del siglo XII.
Tampoco dejar de dar un paseo por alguno de los espacios naturales que le han valido a Metz el calificativo de ciudad verde, entre otros que ya posee. Tiene 22 jardines temáticos distribuidos en 15 hectáreas.
Para los melómanos y aficionados al bel canto, la Ópera de Metz, un teatro de más de 700 butacas levantado en 1752, con una interesante y muy variada cartelera de ópera, teatro, poesía lírica y representaciones coreográficas.
La leyenda de GraouillyY por último, no partir sin llevar consigo un llaverito, una postal o una estatuilla del Graouilly. Esta criatura con forma de dragón la verán en todas partes, incluso en la cripta de la catedral, con una figura de buen tamaño datada en el siglo XVI, o colgada como pasacalle.
Según la leyenda, vivía en el siglo III en la arena del anfiteatro romano y había devastado la ciudad. Se comía cada mañana una docena de messineses. El pueblo rogó ayuda a san Clemente, el primer obispo de Metz, que luchó solo contra él y lo venció ahogándolo en el río Seille.
Sin embargo, no pudo evitar que el dragón se convirtiera en el símbolo eterno de la ciudad, presente en estatuas, escudos, monogramas y también a los pies de la imagen de san Clemente. La leyenda interpretaría, según algunos historiadores, la victoria del cristianismo sobre el paganismo reinante en aquellos tiempos. Mito o realidad, el simpático Graouilly no hace más que rubricar con su leyenda la magia de la pequeña ciudad de Metz.
Los lugares imprescindibles en la ciudadCatedral Saint-Étienne: con su bóveda de 42 metros, es uno de los edificios góticos más altos de Europa.
Museo de la Cour d’Or: Destaca su colección galorromana y el presbiterio de Saint-Pierre-aux-Nonnains, un notable ejemplo de escultura merovingia.
Centro Pompidou-Metz: delegación del museo parisino, su flecha de 77 metros evoca el año de inauguración del Centro Pompidou de París (1977).
Puerta y murallas de los Alemanes: vestigios medievales de 7 km, con 18 puertas y 38 torres.
El Arsenal: sala de conciertos de acústica excepcional, decorada con marquetería de haya y sicomoro.
El barrio Imperial: ejemplo del urbanismo germánico del siglo XX, candidato a patrimonio mundial de la Unesco.
Las plazas: destacan la plaza de Chambre, la plaza d’Armes y la plaza medieval Saint-Louis.
Los jardines: 36 km de paseos fluviales y 40 m² de zonas verdes por habitante.
Para La Nación (Argentina) - GDA
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